Madrid, Madrid...

AHORA ESTÁ claro por qué Esperanza Aguirre, floja política de nacimiento, abandonó su sitio: para no abandonar su prestigio de redentora. Al sucesor le ha correspondido patinar en un asunto grave: la sanidad pública. Lo de los hospitales regidos por empresas privadas (privadas de generosidad y longanimidad, que escasean hoy hasta en las públicas) y lo del euro por receta son dos temas que ni los políticos nacionales, por así decir, se atreven a plantear. La comunidad madrileña tenía a su cargo (nunca mejor dicho) el experimentarlo: hemos podido comprobar hasta qué punto al señor González ha comenzado a blanquearle el pelo por la nuca, evidente señal de que empieza a estar hasta ahí, después del asunto de su ático en Marbella. Y es que el jardín en el que se ha metido apesta. Aguirre no podía permitírselo a sí misma. Su segundo ha cargado con la cruz al día siguiente de ver Esperanza que la suya de siempre se extinguía. Personalmente, no arriendo la ganancia, si la obtiene, a su sucesor: menudo es el impopular y maloliente basurero que pisa. Ni Rajoy osa entrar. Del Constitucional no hablamos.